Lo que para mí significa ser maestra

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Las mejores maestras te dicen donde ver pero no qué mirar.

Cuando decidí estudiar pedagogía, lo hice por el amor al cambio social y al ver a las personas desarrollar su máximo potencial. Me emocionaba acompañar a la gente en su proceso para entenderse mejor a sí mismo/as y al mundo.

Para ser honesta, me molestaba que me llamaran maestra porque cuando oía esa palabra, recordaba mis experiencias en la escuela, que, en su mayoría, tuvieron que ver con tratar ajustarme a un sistema que buscaba reemplazar todos los colores de mi personalidad, ideas y sentimientos, por una pieza cuadrada que encajara perfectamente en la gran máquina de la sociedad.

Definitivamente, no quería ser la responsable de que más niño/as y adolescentes se sintieran inadecuados en el mundo, como me había sentido yo en el salón de clases cuando era más joven.

Basándome en estas experiencias, siempre creí que el verdadero cambio estaba en las organizaciones no gubernamentales, que actuaban fuera del sistema educativo y, por lo tanto, tenían la libertad y visión crítica para cambiar la manera en la que entendemos e implementamos la educación.

Y entonces, por azares de la vida, entré a trabajar a una escuela…

Podría decir muchísimas cosas de lo que he aprendido al trabajar en el sistema escolarizado, pero la más importante (al menos hasta ahora) ha sido ésta: Sí importa lo que le enseñamos formalmente a los niños en una clase, pero lo que es realmente crítico en su desarrollo, es quiénes somos cuando nos paramos frente a ellos y cómo les hablamos.

Nunca había reflexionado tanto acerca de mí, de mis virtudes y mis errores, de la congruencia entre lo que digo y lo que hago, de quién soy en general, hasta que me convertí en el modelo a seguir de los niños y niñas con lo/as que trabajo. Ahí me di cuenta, que cada que voltean a verme, en realidad están aprendiendo de cómo una persona se mueve en el mundo.

Como expresas tus emociones, influirá en la manera en la que ellos expresarán las suyas. Como tratas a los demás, influirá en como ellos traten a los demás. Como reacciones ante la frustración, influirá en la manera que ellos enfrenten su propia frustración, y así pasará con diferentes situaciones de la vida.

Del mismo modo, el ser un modelo a seguir, es una responsabilidad enorme, porque los niños escuchan con más atención de la que creemos lo que les dices de ellos mismos y esa voz externa, se va convirtiendo en una voz interna. Si les recuerdas lo capaces que son, les ayudas a entender que todos sus sentimientos, pensamientos y curiosidad son valiosos y que éstos deben ser honrados y compartidos con el resto del mundo, entonces se convertirán en personas más libres de ser ellas mismas.

Para mí, ese es el fin de la educación. Que cada persona pueda convertirse en la versión más auténtica de sí misma. Como durante toda nuestra vida seguimos aprendiendo y cambiando, la educación está presente desde que nacemos hasta que morimos, independientemente de si vamos a la escuela o no.

Cuando entendí esto, entendí que ser maestra/o, al menos para mí, tiene muy poco que ver con trabajar en una escuela o enseñar una asignatura y todo que ver con ser la mejor “tú misma” que puedas ser, mientras acompañas a tus estudiantes en el proceso de convertirse en su más auténtico ser.

Por eso, hoy en día puedo decir, gracias a mis niño/as… qué orgullosa estoy de ser maestra.

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