Las acciones generan cambios

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La pluma es más poderosa que la espada

Hace poco me encontré absorta en mis actividades; en un instante recordé todos aquellos proyectos que comenzaron y por los cuales trabajo incluso desde la escuela. En un momento sentí que todo era demasiado para mí. ¿Será que tal vez soñamos tan alto que en ocasiones nos parece imposible seguir?

Eso creí, me temí que después de tanto trabajo pensara en rendirme. Algo dentro de mi luchaba por salir, me pedía a gritos que no parara, me quemaba y rasguñaba por dentro. No era otra cosa que más que el amor por las causas por las cuales trabajo. En la licenciatura, nos han inculcado que se debe trabajar por amor y por pasión más que por el dinero; y es cierto, tan cierto.

Dentro del taller que impartí el fin de semana anterior, me di cuenta de la importancia de los defensores de Derechos Humanos, más que un simple título, defendemos causas, personas e incluso salvamos vidas. Nuestra labor es mover sentimientos, sembrar esa semilla para que alguien más replique la acción. Ver a las personas participar con tanto entusiasmo es de los momentos más preciosos que nos pueden regalar a nosotros como activistas.

En ocasiones la falta de participación alrededor de mi entorno, me pone a pensar en lo que estamos haciendo mal como sociedad y como activistas. A pesar de tantos movimientos sociales, de problemas en nuestras comunidades; a mucha gente no le atrae la defensa de los DDHH tanto como a algunos.

¿Qué podemos hacer? ¿Qué acciones debemos tomar? Estas fueron las principales interrogantes que llegaron a mi cabeza para resolver esta problemática. La respuesta es sencilla. Hacer todo con amor y pasión, acercarnos a las personas tocando sus emociones. Mostrarles que el ayudar a otras personas genera un cambio permanente en la vida de ellas. Involucrar a las personas cercanas a nosotros para que la familia del activismo siga creciendo. Abrir espacios para niños, jóvenes, adultos y adultos mayores, para que puedan externar sus ideas y trabajar de la mano con defensores para lograrlos.

Sigue siendo común la rivalidad entre jóvenes activistas, dispuestos a opacar a otros para que sus proyectos exclusivamente prosperen. Es preocupante, porque lo que debemos de derribar es el adultocentrismo que nos impide desarrollar nuestras habilidades profesionales. Los jóvenes debemos crear espacios para nosotros y luchar por su permanencia.

Ser defensores de los Derechos Humanos es un compromiso y una responsabilidad con la sociedad y con el mundo. ¡Escribamos cartas, hagamos talleres, movilicemos personas y alcemos la voz por las personas que no pueden hacerlo! Escribir una carta tiene más filo que una espada, concientizar tiene más fuerza que una bomba, alzar la voz, es el arma más poderosa contra la desigualdad.

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